miércoles, 23 de julio de 2014

Del silencio personal al silencio como bien público

Nuestras anteriores publicaciones giraban en torno al valor del silencio como puerta de entrada al descubrimiento de uno mismo, como acceso a la propia interioridad. Un valor que hoy parece re-descubrirse de la mano de unas experiencias milenarias que no por azar fueron quedando arrinconadas respecto a otros humanos o in-humanos desarrollos. Sin embargo, más allá de las complejas causas de esto, tal vez convenga hacer una advertencia de cara al presente de la cuestión. No por ser agoreros, sino para evitar caer en la banal perspectiva de porque algo comienza a ser frecuente -en este caso el silencio y la meditación- debemos quedarnos satisfechos respecto a su sentido y uso.
¿De dónde surge nuestra inquietud? Pues de evidencias, mal que nos pese, harto frecuentes. En efecto, desde lo contradictorio que los humanos somos, parece que sin problemas, el benéfico silencio personal y el imposible silencio público que nos rodea pudieran convivir sin más. Como si de pronto entre ruido ambiental y experiencia real de silencio (silencio que no es solo callar) hubiésemos podido invertir sus contradictorios vínculos; pudiendo pasar de lo uno a lo otro -en perfecta solución de continuidad- sin inconveniente alguno.
Dos ejemplos servirán para visibilizar lo que decimos respecto a esta falaz pretensión que cree poder poner en valor el silencio, cuando se sigue inmerso en el ruido público. Primer caso: el de nuestras relaciones. Cada vez más invadidas por continuos bla, bla, bla, se dispersan en un huracán de estímulos que no son más que expresión de nuestra huida del silencio verdadero. Tal vez porque éste nos asusta demasiado. Pensemos si no en la atrofia de los pulgares entre los jóvenes por el uso continuo del móvil, o peor aún, en la atrofia que significa que muchos ya pidan perdón, ante la exigencia de estar siempre conectados, si no lo están durante un determinado momento. Pero sin duda el segundo caso: el de los modelos normativos de diálogo, es el que mejor habla de la seducción del ruido entre nosotros. Recientemente Ángel Castiñeira y Josep Lozano (EL PAÍS, 14/03/2014) apuntan a ello cuando recuerdan que "en tecnología se dice que hay que reducir el ruido para poder captar la señal... (así) cada vez más llamamos diálogo (con el ejemplo de la tertulia mediática a la cabeza) a la refriega de dos individuos confrontados en su separación, sin caer en la cuenta de que en el diálogo no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a la conversación que compartimos y construimos..."  ¿Claro no?   
¿Cuál es la advertencia entonces? Pues la de asumir la contradicción (solo así iremos superándola) de que por más opciones que hagamos en favor del silencio personal, culturalmente, públicamente, seguimos siendo lastrados (y por ende casi determinados) por el ruido. Por tanto, quizá sea aquí donde tengamos que comenzar a generar estrategias de reclamo y cuidado. ¿Es suficiente  "no ver" o "desconectar"?

Como siempre, podéis escribirnos o llamarnos:
coachsergiolopezcastro@gmail.com
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Os dejamos un saludo cordial.

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