Sin embargo, una vez que estos estímulos, al menos los seguros y placenteros, hayan logrado pasar el umbral de la conciencia, es decir, cuando hayan llegado a esa parte de la corteza cerebral más sofisticada, capaz de pensar, imaginar y decidir, los problemas emocionales no habrán terminado.
¿Por que? Pues porque nuestras mismas capacidades cerebrales, esas que nos sirven para crear, soñar e inventar, también amenazan nuestra estabilidad mental y emocional. Vemos de este modo, que nuestra propia complejidad neurológica es un arma de doble filo. De hecho, sabemos cuánto, con nuestra sola capacidad imaginativa, podemos padecer física y emocionalmente con simplemente intuir cualquier peligro por lejano que sea. A las demás especies no humanas, en cambio, su corteza cerebral no les quita el sueño; ellas ni inventan ni preven, así como tampoco parece que tarden en recuperarse de los peligros que atraviesan.
Pero en nuestro caso, es esta capacidad de viajar en el tiempo, de presentir y de temer, la que nos hace tan propicios, no sólo a las enfermedades mentales, sino a convivir con el cansancio y la desazón, a surcar la vida diaria desde el mar de la duda. Es entonces cuando nos dejamos atrapar por el tiempo. Nos obsesionamos por lo que está a punto de ocurrir o lo que podría ocurrir, abriendo la puerta a la ansiedad y al temor. O nos anclamos en el pasado, en eso añorado que ya pasó, en aquello que nunca nos dieron o quitaron y que echamos en falta, invadiéndonos así la tristeza o la rabia. En definitiva, cuando no nos anclamos en el presente donde nos toca vivir; cuando nos ausentamos de nosotros mismos.
Pero bueno, ya seguiremos hablando sobre cómo aprender a estar en "el aquí y ahora". Y como siempre os decimos, esperamos vuestras consultas y comentarios.
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Hasta pronto.
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