En relación a la tristeza, hay que decir que la capacidad de recuperar la esperanza tras los obstáculos que la originan y así encaminarnos hacia una visión optimista de la vida no es algo que esté naturalmente dentro de nosotros, pero tampoco fuera. Está a medio camino; ello porque el desarrollo individual permanece vinculado al desarrollo social. Las personas resignificamos y grabamos en nuestra memoria los hechos que nos ocurren, según las reacciones emocionales de quienes nos rodean o de la cultura en la que estamos inmersos.
Por eso las grandes tristezas no desaparecen, mutan en todo caso hacia algo que nos acompañará el resto de nuestras vidas. Algunas veces, una cicatriz saneada, cerrada. Otras, un volcán dormido que nos habita a todas horas. De ahí que lo primero sea siempre evitar la trampa de la resignación. Y lo segundo, intentar recuperar el espacio vital robado. ¿Cómo? Pues optando por mirar a la cara a nuestra tristeza para así transformarla.´El dolor se va solo cuando hemos aprendido de nuestras lecciones`decía Elizabeth Kübler-Ross.
Y como parte esencial de ese mirar, asumir que la tristeza, o mejor dicho, la pérdida que está en su raíz, conllevará un complejo proceso de duelo. Proceso que la propia Kübler-Ross protocolizó. Así, al primer estadio de la negación o no aceptación, seguirán el de la ira y la negociación. Tres etapas que con su relativa duración nos irán haciendo pasar del entumecimiento y la inacción primeras a un cierto intento de recuperación o cambio vital. Seguidamente, la depresión, la impotencia profunda ante lo perdido. Finalmente, la aceptación como modo de incorporar en nuestra vida la pérdida sufrida, un modo activo de hacernos con la realidad y sus límites muy alejado de la resignación.
Pero entre tanto, como formas efectivas de ahuyentar la tristeza y mejorar el duelo, recordemos dos cosas. Primero, son siempre más satisfactorias las buenas acciones que las placenteras. En efecto, las actividades hedonistas no incrementan la sensación de bienestar, por el contrario, sí las actividades significativas.
Segundo, maximizan el bienestar los cambios intencionados antes que los circunstanciales. Cambiar de casa, coche o país donde residir puede producir un alto nivel de satisfacción, pero el mismo será más efímero que cualquier otro cambio vinculado al esfuerzo progresivo, ya sea conquistar una meta o desarrollar una nueva actividad.