¿Es posible ser dueños de nuestro mundo emocional? Sí recordáis, ésta pregunta surgía indirectamente de nuestra última publicación. Una pregunta que a su vez nos venía a relanzar sobre una vieja y arraigada costumbre occidental: la de plantear la modificación del comportamiento humano casi exclusivamente desde lo que podríamos decir son estrategias centradas en lo externo: la farmacología o las terapias convencionales que inútilmente intentan poner nuestro yo frente a nosotros, como si eso fuese acaso posible. Por ende, estrategias reticentes al entrenamiento mental. Algo comprensible si consideramos que hasta no hace mucho relacionábamos este entrenamiento con lo religioso o espiritual. Y más aún, cuando en dichos ámbitos no se ha sido capaz de desarrollar verdaderos métodos de ejercitación de lo mental, de meditación; al menos no de la forma meticulosa y deliberada con que el asunto ha estado presente en las tradiciones orientales, particularmente la budista.
Dicho esto, y sin entrar ahora en las comprobaciones neurocientíficas que al día de hoy certifican el poder de la meditación en tanto herramienta más que eficaz en lo que hace a la reeducación de las emociones, vayamos directamente a los presupuestos y técnicas fundamentales que se ponen en juego en dicha herramienta.
Una de las técnicas meditativas más habituales es la que se denomina: "de la atención plena". Por el momento la única que someramente describiremos. Se trata de una técnica en la que la persona se centra en sus emociones, sus pensamientos y sus sensaciones físicas sin juzgarlas y sin reaccionar ante ellas. La persona simplemente debe dejar fluir pensamientos y sensaciones, debe dejarse traspasar por ellos, sin oponérseles. Un esfuerzo de atención en el cual puede ser de utilidad poner etiquetas a las emociones que vayan sobreviniendo: "ahora estoy enfadado", "ahora me siento cansado", etc., pero sobre todo, un esfuerzo donde será clave desarrollar una respiración tranquila. En efecto, ésta será la mejor aliada a la hora de conseguir los beneficios de la meditación. Por eso habrá que fijarse en sus características, como si de una particular y personal melodía se tratara... hay que percibir cómo el aire fluye desde la nariz, cómo se levanta el pecho y el abdomen en cada inspiración, etc., etc.
Claro que la mente tenderá a perderse en pensamientos inoportunos. Lo mismo si estamos atravesando una determinada conmoción vital, la sensación correspondiente buscará monopolizarnos. Sin embargo, de lo que se trata es de ser conscientes de lo que nos invade, de reconocerlo, y sin juzgarlo, en la medida que el pensamiento o la sensación en cuestión se vuelvan menos intensos, o si por el contrario se intensificasen, volver sobre la respiración una y otra vez.
Hasta aquí entonces, unas pinceladas que para nada agotan el sin fin de virtualidades contenidas en la meditación. Pero sobre esto, y especialmente sobre sus frutos, en breve compartimos más.
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