Al principio existía la Palabra...
en ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres...
Evangelio de Juan
Podemos creer o no creer, también creer según mejor sea que podamos. Sin embargo, esta vieja confesión de fe da cuenta de que la eventualidad de lo Infinito y Absoluto, como principio de bien y felicidad para todos, quiere guardar relación con nosotros.
Por eso la Navidad, creamos o no, lo hagamos como lo hagamos, en lo esencial viene a recordarnos que nuestras mejores posibilidades surgen de donde surgen: desde la debilidad, asumida -no como moral de esclavos- sino como camino sin condiciones para la libertad, propia y ajena.
Por eso el Niño, creamos o no, nace para todos. Para devolvernos -desde lo Infinito y Absoluto que se abaja y queda entre nosotros- nuestro rostro más luminoso: el de seres llamados a honrar la vida.
Por eso, creamos o no, desde nuestro fondo más auténtico de hombres y mujeres -sin entrar en la coartada fácil de la bondad vaciada de sustancia, mercantilizada- podemos desearnos sincera y profundamente ¡¡¡FELICIDADES!!!
¡¡¡FELICIDADES!!! porque una vez más podemos redescubrir que "nacer desde la debilidad" es la mayor fuerza y riqueza que tenemos como individuos y como sociedad.