Dejamos atrás los dones de la relajación: SUSPENSO - NUEVA VISIÓN, para adentrarnos en puntualizaciones varias acerca de nuestras emociones básicas.
Comencemos por el miedo, aunque sería más preciso hablar de ansiedad. Esta experiencia de inquietud y zozobra con ocasión de una amenaza es sin duda la emoción más incómoda. Solo cuando dicha amenaza es definida, identificable, debemos hablar de miedo, o de pánico según sea el objeto potencialmente dañino al que nos enfrentamos. Y si en tal caso hacemos frente a dicha amenaza o bien salimos huyendo, ello se debe a la capacidad reactiva del llamado sistema límbico: ese arcaico tribunal cerebral encargado de decidir qué es seguro y placentero para nuestra supervivencia.

En estos casos, la persona no comprende la causa de su malestar dado que su capacidad de juicio está afectada. Por eso su emotividad será la de alguien asustadizo e irritable, tendiendo por lo tanto a reducir al máximo sus relaciones interpersonales, es decir, tendiendo al aislamiento. De todos modos no siempre es tan negativa la ansiedad, muchas veces puede ayudar a afrontar las situaciones ignotas, insólitas de la propia vida, o simplemente a registrar que el límite y la vulnerabilidad son parte de la naturaleza humana. En este sentido, estaríamos frente a la ansiedad causante del comúnmente llamado estrés positivo.
Pues bien, en la próxima entrega os mostraremos como respecto a los miedos también poseemos una cierta cartografía. Unos "mapas tipo" que será preciso aprender a reconocer, para luego desmontar si queremos vivir con menos miedos.
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