Decimos siempre que para cuidarnos no bastan ni un poco ni cualquier
soledad y silencio. Por el contrario, vemos que el mejor autocuidado se cimenta en la soledad que nos transforma y en el silencio que nos acalla para
enseñarnos a hablar de nuevo. Dos requisitos que al emparentar con la
confianza y la paciencia, suponen tiempo. Pero claro, en este largo y
progresivo camino que podríamos llamar de ´auto-compasión para ser compasivos`:
¿por dónde tendríamos que comenzar?, ¿qué tendríamos qué hacer o en todo caso, no-hacer?
En general, no somos conscientes
de que estamos pensando prácticamente todo el tiempo. Por lo tanto, que es la
incesante corriente de pensamientos que fluye por nuestra mente la que no nos
permite experimentar las mejores soledad y silencio. De hecho, dejamos muy poco
espacio para simplemente ser, sin tener que correr de aquí para allá. Con
demasiada frecuencia no llevamos a cabo nuestras acciones de manera consciente,
sino que nos dejamos arrastrar por una especie de torrente que termina
llevándonos a lugares a los que no deseábamos ir o a los que ni sabíamos que
nos dirigíamos. Actuamos desde emociones, pensamientos e impulsos que corren
por nuestra mente como un río.
Todo este mundo de reacciones y modos de hacer,
es el que debemos
aprender a traspasar. ¿Para qué? Pues para
concentrarnos en lo que ya somos y hemos olvidado, para volver a casa. ¿Cómo?
Pues conviviendo con lo que hay, hasta que la estructura de nuestra
personalidad comience a agrietarse y ensancharse, tanto, que un día se
resquebrajará, y como una flor nacerá de nuevo.
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