De entre las emociones digamos que problemáticas, el miedo y
su particular variable: la ansiedad, en tanto cara y cruz de una única experiencia,
son sin duda las más incómodas. De hecho, ante la amenaza que las determina, inquietud
y zozobra se instalan invasivamente en nosotros. Por eso será tan importante
saber cuándo hablar de una y otra. Solo cuando la amenaza es definida, estamos
ante el miedo, o el pánico según sea el objeto al que temer. Pero cuando la
amenaza es indefinida, cuando su objeto es un producto intrapsíquico, o lo que
es lo mismo, solo existente dentro de nosotros (y ello también de manera
bastante imprecisa) la cosa cambia. Estamos en este caso ante la ansiedad. Molestísima
y extraña alerta ante intuidos peligros para lo que son nuestra identidad y autoimagen.
De ahí su poder más inhibidor; ello por afectar precisamente a lo intelectual y
cognitivo.
De todos modos no siempre la ansiedad es tan negativa. Muchas
veces puede ayudar a afrontar las situaciones insólitas de la vida, o
simplemente a registrar que el límite y la vulnerabilidad son parte de la
naturaleza humana. En este sentido, estaríamos frente a la ansiedad causante
del llamado estrés positivo. Con todo, toca detenernos en aquellos
casos donde ésta sí se convierte en un auténtico problema. Precisamente por
no comprender la persona, la causa de su malestar dado que su capacidad de
juicio está siendo afectada. Entonces su emotividad se manifestará como la de
alguien asustadizo e irritable, tendiendo a reducir al máximo sus relaciones
interpersonales. Con lo cual vemos que quedan
afectados tanto el plano íntimo como el social. El mundo de nuestro ´estar` con
nosotros mismos, los amigos, la pareja, y el mundo de nuestro ´estar` más colectivo,
menos individual.
Los estudiosos del tema suelen señalar cinco esquemas para cada área. Cinco ´formas del miedo` para el plano intrapersonal y cinco para el interpersonal. Formas que genéricamente identificamos como miedos, pero que sabemos aluden o son el germen de nuestras ansiedades. Dentro de la primer área, comencemos por el denominado ´esquema del abandono`.
Enraizado en las
pérdidas reales o simbólicas, produce tristeza y sensación de aislamiento. De
ahí sus estrategias más firmes: agarrarse con fuerza a lo que tememos
perder, no emitir quejas ni necesidades, e incluso abandonar las relaciones
para evitar ser abandonados. ¿Qué remedio sugerir ante semejantes reacciones?
Pues admitir que sentirse bien, aún en soledad, no es ningún contrasentido. Que
ser felices de modo radical depende de una decisión personal. Pero en breve,
más…