Dice el dicho popular que ´el camino del infierno está
pavimentado de buenas intenciones`. Sin duda, una forma sencilla de subrayar
que nuestras intenciones no garantizan la bondad de nuestros comportamientos.
Sin embargo, desde muy antiguo la cuestión ha traído de cabeza a filósofos primero
y a psicólogos y juristas después. ¿Por qué? Pues sencillamente porque frente a
quienes mayoritariamente han pensado y piensan que lo inaceptable de determinados
actos tendría su raíz tanto en la visión como en los recursos de los que
dispone su autor, tenemos la idea contraria. En concreto, la que reza que existirían
actos intencionalmente malos. De este modo, mientras para Sócrates el mal se
explicaría por ignorancia y para Spinoza -según su famoso conatus- todo existente no perseguiría más que el bien y la dicha,
en la acera de enfrente, Aristóteles y Kant preguntarán por dónde quedaría entonces
la voluntad del que elige el mal a sabiendas.
Ciertamente, difícil cuestión. Con todo, al menos a efectos
de comprender las acciones personales desde el punto de vista psíquico (no desde
el ético), la PNL cuenta con una presuposición que puede echar algo de luz sobre
lo que venimos diciendo. En efecto, cuando ella declara que ´todo comportamiento está -o estuvo- inspirado
por una intención positiva`, alude a que las frecuentes incongruencias entre
intención y resultado, obedecen principalmente a una falta de recursos: la de
los necesarios para que la buena intención tome cuerpo. Por lo tanto, bajo este
prisma, los problemas surgen cuando los modelos de mundo de los que dispone una
persona con ´x` intenciones, le proporcionan pocas opciones para satisfacerlas.
Algo que llevado -insistimos- al plano psíquico de nuestras conductas, puede
ser útil al momento de comprenderlas. Pero comprenderlas, no justificarlas.
Algunos ejemplos nos ayudarán a entender de qué hablamos. Detrás
del comportamiento ´agresivo` existe, frecuentemente, la intención positiva de
´protección`. Tras el ´temor`, la de ´seguridad`. O tras el ´enojo` la
intención de que se ´mantengan` determinados ´limites`. En cambio, tras la
´resistencia al cambio` pueden latir el ´deseo de reconocimiento`, el ´respeto
por ideas o circunstancias`, y también, la muy común necesidad de ´no salir de
la propia zona de confort`. Situaciones de las que se desprende que sí aspiramos
a cambiar un comportamiento o establecer alternativas al mismo, las nuevas
opciones deberán satisfacer, de algún modo, las intenciones positivas de lo que
intentamos modificar. Es decir, si quisiera dejar de fumar, al menos mi nuevo
comportamiento debería mantener la intención positiva que hasta el momento me
ha llevado a fumar: calmar la ansiedad, suministrarme placer, hacerme parecer…
Pero como ya mencionáramos, que toda acción se base en una
intención positiva no la convierte en justificable, no la hace automáticamente
aceptable. De donde la importancia de averiguar cuál es esa intención positiva
que sustenta nuestras conductas.
Saberlo, ya que no siempre son conscientes y
evidentes, nos posibilitará ir más allá de la repetición frustrante y de la
autojustificación irresponsable. Nos permitirá en definitiva, buscar mejores
satisfactores, más efectivos y adecuados, para alcanzar eso que nos mueve.